Por Andrea Vartanian.
Para comunicarse mejor y mejorar el diálogo en las relaciones hemos de evitar caer en errores tan típicos como la puntualización, la recriminación, sermonear, reprobar, y demás formas odiosas de comunicarnos. Todos estos errores en el diálogo tienden a producir el efecto contrario al que se pretende, es decir, el rechazo de quien nos habla. Cuando comunicamos no cuenta únicamente el significado de lo que decimos, el cómo lo decimos amplifica, reduce o transforma el efecto.
El decir y describir cómo han de ser las cosas irrita a quien escucha y hace surgir en su deseo de transgredir las reglas de la relación, por mucho que el comunicador de eso tenga razón. Porque analizar y discutir a nivel racional una cosa que funciona básicamente sobre la base de las sensaciones, las emociones y los sentimientos empobrece los vínculos que mantienen unidas a las personas.
Recriminar o someter al otro a un proceso en el que se señalan sus culpas, aunque pueda parecer una manera correcta y legítima de aclaración, tiende a producir en el acusado reacciones emotivas de rebeldía y a entorpecer el diálogo. El sentirse cuestionados y condenados hace que se disparen reacciones de rechazo y rabia. Podemos también estar convencidos, racionalmente, de que nuestra pareja tiene razón cuando recrimina, pero al mismo tiempo, de modo totalmente irracional, nos vemos empujados a reaccionar como si fuésemos víctimas.
El sermón, en lugar de diálogo, es proponer aquello que es justo o injusto a nivel moral para criticar el comportamiento del otro. Esto genera provocación, irritación y descalificación.
Proponerle al otro las propias opiniones y sensaciones sin darle la posibilidad de expresarse también supone un error. Cualquiera que se siente atacado, tiende a defenderse hasta el punto de que también las afirmaciones más razonables serán atacadas o desmentidas.
El “Te lo dije!”, ”Yo ya lo sabía” o “No me quisiste hacer caso”, “¿ves?” nos trasmite que nosotros hemos cometido algún error porque no hemos escuchado al otro o no le hemos dado importancia a sus palabras o a su opinión, y resulta odioso y no es diálogo.
El “Lo hago sólo por vos” hace sentir al otro en deuda, y lo obliga también a recibir algo que le hace sentirse inferior.
El “Deja, ya lo hago yo” se disfraza de gentileza pero que en realidad esconde una forma de descalificación de las capacidades de la otra persona. El que padece el favor lo vive como un acto de descalificación de sus propias capacidades. Una ayuda no requerida no sólo no ayuda, sino que perjudica. A un nivel superficial de comportamiento comunica una buena intención, a un nivel emocional más profundo significa: “Déjame hacer a mí porque tú no eres capaz”.
Quien pone en acción estas modalidades de comunicación está convencido de sus propias razones, por lo que continúa insistiendo ante las reacciones negativas, con la convicción de que al final el otro comprenderá lo que es “correcto”. Sostener obstinadamente las propias razones no sólo es perjudicial en las relaciones con los demás, sino que es también una posición equivocada, pues no existe la verdad, sino que existirán tantas cuantas sean las perspectivas que puedan ser asumidas.
El modo más eficaz para evitar el rebote del otro sería preguntarle qué es lo que piensa respecto a lo que queremos tratar, evitando empezar con afirmaciones y haciendo preguntas no provocadoras, capaces de crear un clima de colaboración entre los interlocutores y no buscando culpables. Por tanto, buscaremos iniciar un diálogo constructivo fijando la atención y la indagación sobre el presente, orientándose al problema que nos preocupe, evitando cualquier tipo de oposición, y aceptando el punto de vista del otro, de modo que nunca se sienta humillado ni juzgado de forma negativa, sino constantemente aprobado y respetado en su manera de ser.
Este estilo de diálogo evitará la tentación de la búsqueda, inútil y desviante, de las culpas y de los culpables, porque, si el problema hace referencia a una relación de pareja, ambos polos de la relación están activamente implicados en el mantenimiento de la condición no deseada.
Si nos habituamos a ver las cosas desde perspectivas diferentes, nos entrenamos en la elasticidad mental. Si nos ejercitamos a asumir una actitud agradable nuestras relaciones, se forma la capacidad de tener bajo control nuestras reacciones impulsivas.
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