Por Andrea Vartanián
En esta época en la que existe la tendencia de hacer un balance y de reflexionar sobre distintos acontecimientos producidos en el año, nos encontramos muchas veces con pensamientos que nos llevan a analizar que podríamos haber actuado distinto en algunos sucesos, y que al pasar algunos momentos, que ahora viéndolos en el tiempo, quisiéramos disfrutarlos de otra manera, quizás más intensa.
Ahí es entonces donde nos damos cuenta que tendemos a no valorar las pequeñas cosas cotidianas que se nos presentan, y sólo les damos importancia cuando sentimos su ausencia. Quizás por cotidiano, jamás celebramos la salida del sol. Solo lo añoramos cuando, en nuestras vacaciones en la playa, no se hace presente por varios días.
Maldecimos la lluvia que muchas veces nos complica los planes pero no somos conscientes de disfrutarla, viéndola como un nuevo escenario de la naturaleza o quizás, por ejemplo, aprovecharla como un día de descanso, inspiración, reflexión o quizás dedicarlo a poner orden algunos aspectos de nuestra vida, que vamos dejando pendientes.
Buscamos que nos pasen cosas que no nos pasan, estamos esperando «el momento», sin ver que lo que se nos va con el correr de los días es justamente eso: momentos.
Y así, en la búsqueda de nuevas oportunidades, llenos de insatisfacción muchas veces no nos damos cuenta del verdadero valor de las personas y de las cosas que pasaron por nuestro camino.
Lo lamentable es que por no darnos cuenta a tiempo, luego cuando las perdemos queremos volver atrás y ya es tarde. La vida nos da todo lo necesario para que seamos felices, sólo que nos damos cuenta cuando ya no lo somos.
Es hora de darnos cuenta y de aprender a valorar en el presente todo lo que tenemos. De nada sirve llorar por lo que dejamos ir, por lo que no hicimos, por lo que no le dimos importancia: ya no está.
Los hechos no pueden volverse atrás, las palabras no dichas muchas veces ya no tenemos oportunidad de pronunciarla, las personas que hemos conocido, quizás en este momento ya no compartan nuestras vidas y añoramos momentos que pudimos haber disfrutado sin dejarlo pasar como algo sin importancia.
Solo está en nosotros la posibilidad de continuar creando y viviendo cada momento y hacerlo único e irrepetible y que, por encima de todo, sea tan valioso que no nos haga arrepentirnos nunca y ni siquiera sentir culpas por alguna cosa hecha.
Aprovechar cada momento, ya sea en compañía o solos. Disfrutar de lo que hacemos, lo que comemos, lo que sentimos. Disfrutar cada instante de esta vida, haciendo del nuestro un mundo mejor y sabiendo que nos iremos de esta vida disfrutando de los placeres, hasta pequeños, que se nos presentan día a día. En definitiva, nadie dijo que vendríamos a este mundo a sufrir, como dice una de las frases que he leído y que me parece totalmente concreta:
«Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo. Tenemos para gozar la nieve del invierno y las flores de la primavera»; Facundo Cabral.