Por ANDREA VARTANIAN.
A medida que pasan los años vamos adquiriendo distintas experiencias que nos llevan a ver la vida de otra manera, con una mirada mas madura. Gracias a esas cosas buenas y malas que nos pasan tomamos decisiones a la larga más acertadas.
Cuando tomamos consciencia de que el tiempo nos pasa nos sentimos bajoneados, pensando que prontamente nos aparecen las arrugas, que gracias a la fuerza de la gravedad todo en nosotros se nos cae (?), pero no tomamos la noción o no le vemos el lado realmente bueno al asunto. Al madurar, adquirimos conocimientos y gracias a nuestra capacidad de aprendizaje, podemos rectificar nuestro comportamiento, moldear la personalidad, adquirir habilidades sociales, manejar los miedos o modificar nuestras creencias y actitudes.
Mayormente se suele tomar la etapa madura como algo feo, como que la vida se acorta, y no como un
cúmulo de experiencias que nos hacen un poco más sabios. A la vida no hay que cuestionarla, nos hace atravesar distintas etapas y deberíamos ver en cada una de ellas su encanto, que sin dudas la trae.
Madurar significa entender que ha llegado ese punto de la vida en el que comprendes que no puede haber un amor más poderoso que el amor propio. Tener madurez emocional significa que has aprendido a aceptar lo que viene y a fluir ante la vida.
A una edad más temprana nuestra cabeza esta poco moldeada, y distintas experiencias que podamos pasar no tienen el mismo efecto en nosotros como cuando somos más grandes y llevamos distintos episodios a cuestas. Las decisiones frente a los temperamentos también varían, ya que vamos modificando la forma de tomarnos las cosas. Al madurar comenzamos a dar importancia a las cosas que realmente lo merecen y también situaciones que antes nos alteraban debido a la inexperiencia y poca soltura ya no nos afectan.
Al madurar, aprendemos además a saber seleccionar las personas que realmente queremos en nuestro entorno, vemos la importancia de tener buenos lazos con personas que nos acompañen en nuestro camino de manera sana y sincera; aprendemos a soltar personas que se trasforman en tóxicas para nosotros, ya sea pareja o amistad.
Además, aprendemos a soltar sufrimientos pasados; si llegamos a un buen nivel de madurez también perdonamos, y somos conscientes que el odio, el rencor, el sufrimiento, solo nos afecta a nosotros como un veneno que consumimos todos los días; cuando somos adolescentes esto no solemos verlo y sentimos más las cosas a flor de piel, cuando ya maduramos estamos más pendientes de empezar a disfrutar las cosas, más aun tomando conciencia de que el tiempo no nos alcanza, cuando sentimos que el día debería tener 48 horas para poder hacer todo lo pendiente.
Cuando crecemos, vemos que la queja no sirve de nada si no la acompaña la acción. Vemos que de nada sirve castigarnos con culpas, lo que no se hizo antes fue porque debió ser así, porque fue a lo que pudimos atinar, hoy las cosas las vemos distintas, hoy actuaríamos distinto.
La idea es que lleguemos a la adultez agradecidos y podamos llegar a la conclusión y agradecimiento que todo lo que enfrentamos y superamos en la vida nos llevó a una vida plena, porque tuvimos la capacidad de luchar, de aprender y avanzar hacia lo que deseamos, de recapacitar, reorientar objetivos y demás, aprovechando siempre el lado bueno de la vida.
«Madurez es lo que alcanzo cuando ya no tengo necesidad de juzgar ni culpar a nada ni a nadie de lo que me sucede». (Anthony de Mello, sacerdote y psicoterapeuta indio)
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