CONCEJO DELIBERANTE DE LANÚS

viernes, 9 de junio de 2017

EDICIÓN IMPRESA. EDITORIAL. Hubo un tiempo que fue hermoso


Los argentinos tuvimos un pasado mejor. Hubo un tiempo que fue hermoso, como cantaba Serú Girán. Los que tienen más de 40 se acuerdan. Y los que tienen más de 30, también. Aquellos, del grupo de Charly García y Nito Mestre. Los dos, del reverdecer democrático, que vino para quedarse. 

La victoria de don Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983 trajo muchas cosas, de las que algunos se dieron cuenta con el tiempo o que, como maduran las personas, fuimos valorando. La democracia no solo significaba que «se come, se cura y se educa», sino también el disenso. La democracia representa, en sí misma, el disenso, el abanico de diferentes partidos políticos que todos elegimos de acuerdo a nuestra preferencia para que nos represente, para que el pueblo gobierne. Define la Real Academia Española el término «Democracia: Forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos». Es (o debería serlo) una verdad irrefutable.

Y en ese tiempo hermoso charlábamos, discutíamos en buenos términos con el amigo radical de don Raúl, el peronista de Perón (el peronismo estuvo sin líder desde su derrota en octubre de 1983 hasta el 87), socialista, de izquierda de Luis Zamora o de la derecha de Álvaro Alsogaray. Todos reunidos en la Argentina, esa palabra que significa el mineral plata, pero fundamentalmente nuestra Patria, Nación y nosotros y los otros, todos argentinos. 

Pero el tiempo hermoso se acabó, y durante la etapa kirchnerista se abrió la famosa grieta. Contra los empresarios, contra «los medios hegemónicos», contra el campo,  contra los «fondos buitre». Alzándose como los «campeones de los derechos humanos», pretendiendo borrar, con el discurso, que fue durante el gobierno del doctor Raúl Alfonsín cuando se organizó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, informe en el que se basaron los jueces para llevar adelante el juicio a los militares que habían violado los derechos humanos, a los que cometieron las peores atrocidades. Y también a los que iniciaron la etapa violenta de la Argentina, en los años 70. 

Era la justicia, por fin. La justicia constitucional que impedía, con su accionar, que se abriera «una grieta» en nuestra sociedad, o cerraba las heridas de la derecha y de la  izquierda violentas, de la única forma, con Justicia.

Hubo un tiempo que fue hermoso. Pero la grieta que se fue abriendo entre el 2003 y el 2015, esa que obnubiló  a la expresidenta para no entregarle los atributos del mando a Mauricio Macri, nos hizo olvidar aquella verdad de perogrullo: que la democracia significa, fundamentalmente, el disenso, aceptar al otro y debatir de manera enriquecedora.

Pero ese tiempo hermoso se acabó. Y los salvajes que ultrajaron la imagen del doctor Alfonsín son la peor muestra de ese final. 

Probemos resucitar ese tiempo, con amigos o familiares: «Mirá, tenés razón, Cristina tuvo cosas buenas, pero fijate que también este gobierno tiene cosas malas y cosas buenas». Tal vez así vuelvan, con el tiempo, los buenos tiempos idos, como la chica de nuestro primer beso que un día golpea nuestra puerta. 

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