martes, 9 de abril de 2013
CHARLAS DE CAFÉ. 215 km. para encontrar a su amo
EDICIÓN IMPRESA ABRIL
Por el periodista EDUARDO RIVERO
Boby es un perro de raza atorrante, que un día siguió los pasos de quien luego sería su amo y señor, y que con el correr del tiempo sería su mejor amigo.
Era pequeño cuando Atilio Cisneros lo recogió de la calle, luego que éste lo siguiera unas cuadras; una vez “internado” en la nueva casa, comenzó lo ineplicable de este “pichicho”. Guardián absoluto, regalón y conocedor de todos los movimientos de su “hogar”, día a día fue adquiriendo una permanente y sólida comunicación con su amo.
Jamás lo dejó solo, ni cuando en dos oportunidades internaron a Don Atilio, custodiando la entrada del Hospital de Santa Fe, hasta que en un momento de descuido del portero se metió en el hospital y sin saber el lugar donde estaba internado, llegó hasta la cama y apoyando sus dos patitas lamió la mano de su amo sin dejar de mirarla como diciéndole "apurate a salir, mientras tanto yo seguiré esperándote afuera".
Veintiún días con sus noches, Boby montó guardia esperando ver salir a Don Atilio. Flaco y mal comido, no fue el motivo que lo pudiera alejar de allí, hasta que una mañana se produjo el milagro: nuevamente juntos hasta la muerte, si antes no lo dejaba solo, ahora menos.
Por razones de trabajo, Atilio debió mudar de querencia y se instaló en un paraje llamado El Hornero, distante 215 kilómetros de Santa Fe de la Veracruz, per no le permitieron que llevara a Boby bajo ningún concepto; la empresa no paermitía tener animales en el aserradero.
Y fue así, no más... 215 kilómetros separaban a estos dos entrañables amigos. Habrían seis mese sy Boby, como “presintiendo algo”, se esapó del hogar en donde viían Manuel, Viviana y Pedro, hijos de Atilio, y rumbió hacia
El Hornero. Nada lo detuvo: ni el tiempo, ni la sed, ni el hambre, ni el mal trato del tiempo. ¡Nada! Boby tenía fijado llegar para ver a su amo.
Casi tres meses le llevó encontrarlo, pero Dios sabe lo que hace... De pronto,
se eocontró a las puertas del aserradero y en una desenfrenada carrera se acercó a Don Atilio, quien no podía creerlo...
Flaco, sucio y de mal porte, Boby, con las pocas fuerzas que le quedaban, saltaba junto a su amo haciéndole fiestas tras fiestas. La gente de la empresa y el personal se quedaron atónitos viendo la escena de estos dos amigos llena de amor, fidelidad y lealtad.
Amigo lector, ¿Sabe usted lo que son 215 kilómetros para un perro que caminó y caminó porque no podía vivir sin su amigo? ¿Sabe lo que es a pesar de no ser racional que un pichicho pueda hacer lo que Boby hizo? Es imposible de comprender, ¿no?
Sólo hay una respuesta. Cuando la amistas más allá de ser agradecimiento, es amor por el semejante, acompañada de fidelidad hace recordar aquella frase tan conocida: cuando más conozco a la gente, más quiero a mi perro.
215 kilómetros es un buen precio a la amistad, ¿no le parece?
Chau.
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